La escuela napolitana fue una de las grandes minas de la ópera barroca italiana. Su representante más preclaro -dentro de una nómina impresionante- fue sin duda Alessandro Scarlatti. Es uno de los autores que figuran en el programa de un especialista como Antonio Florio. Junto a aquél, su hijo Domenico, quien también practicó la música escénica, pero al que conocemos por sus cientos de sonatas para tecla, muchas escritas ya en España. Marchitelli y Mascitti, tío y sobrino, practicaron un estilo muy distinto; dedicados a la música instrumental, siguieron en Nápoles la senda abierta por las sonatas para violín de Corelli.