La dehesa acoge un legado cultural intangible y valioso, transmitido de padres a hijos por transmisión oral, a través de generaciones.
Tradiciones y costumbres, fiestas y rituales, formas propias en el vestir y en el habla, conocimientos aplicados a la vida en el campo, valores esenciales del individuo y del grupo, modos de vida y de cultura en torno a la encina, el toro, el caballo y el cerdo, y muchos otros condimentos de la sociedad tradicional en este ecosistema conforman unas señas de identidad muy particulares que hacen de las gentes de la dehesa seres sabios y portadores de una herencia antigua, que nos pertenece y debemos reivindicar.
De Lumbrales a Villar de Ciervo, desde Peñaranda de Bracamonte hasta San Miguel de Valero. Un millar de alumnos abren cada año su mirada hacia uno de los paisajes mejor conservados en el tiempo. Donde la conjunción entre hombres y naturaleza es posible, hasta sostenible. Cientos de años avalan una transformación del monte mediterraneo en adehesado charro. Un pasado de labranza terrenal, de pastoreo y olivado, es la atmósfera que acoge a los educandos que visitan Castro Enríquez. Legado de nuestras ramas genealógicas que trabajaron ganado y monte como medio de vida. Al observar salpicaduras de encimas y robles en vaguadas y crestas, el alumnado debe legitimar en el futuro aquello que nos concibe como salmantinos.
Es identidad y costumbre en nuestras vidas. En una actualidad de pantallas y redes sociales, se convierte en un reto de obligado interés docente, transmitir valores autóctonos que estimulen en el alumno la capacidad y el compromiso por conservarlos.